Dos
Abro los ojos levemente y el comandante me ofrece
un vaso con agua. Tiene la mirada fija en mí. Cree que colapsaré en cualquier
momento. Pero, yo ya no soy una niña pequeña que necesita vigilancia.
Sujeto el vaso y bebo despacio. El agua está
fresca.
El comandante acerca una silla y se sienta frente
a mí. Lo miro a los ojos, y por primera vez, aprecio mejor su rostro. Sus ojos
son de un azul índigo, que parecen seducir a cualquier chica que lo mirase de
cercas. Su pelo, liso y brillante, es de un rubio dorado, que cubre la mayor parte
de su frente. Mientras que, sus labios estrechos y sensuales, dan la sensación de
querer ser besados.
—¿Te encuentras mejor? —La pregunta interrumpe
mis pensamientos, y me pongo colorada como un tomate. Y el sonríe—. Parece que sí.
—¿Por qué me sigue protegiendo? —le pregunto,
evitando mirarlo a los ojos y esperando a que mis mejillas vuelvan a su tono normal.
El comandante medita la respuesta, y luego con voz
autoritaria, responde: